Y llegó el día. Donde otra vez sacamos los papeles
necesarios y nos vamos a otro país. Para mi es volver a Perú, para Popi es
conocer por primera vez la tierra de los Incas.
Nos vamos de Colombia, el país cafetero, donde conocimos
desiertos, montañas, bosques, playas caribeñas y gente de primer nivel.
Estuvimos donde Gardel dio sus últimos alientos y paseamos por calles que han
sufrido por guerras y narcotráfico. Verbo pasado, porque ahora sólo vimos
alegría en las sonrisas de las personas. Ningún país es perfecto, eso es en
América y en todo el mundo, pero nos vamos con la imagen de los lugares y las
personas que nos acogieron, una imagen que se refleja en la perfección de un
hermoso país llamado Colombia.
No me gusta escribir publicaciones largas, pero al
despedirme de este lugar donde estuvimos varios meses, no sé si podré resumir
nuestra estadía en pocos párrafos. Haré el intento.
Primero estuvimos en Pasto y en la Laguna Cocha, no fue la
mejor experiencia; nos robaron y comenzamos a tener problemas con Popi. La
primera imagen de Colombia me puso más dudas que aciertos al saber que
queríamos llegar a las playas de Barú. Pero el viaje continúo. Y continúo hacia
San Agustín, la región del Huila. Un hermoso lugar repleto de historia y campo.
Con civilizaciones perdidas en el tiempo que dejaron un legado hermoso para
toda persona que quiera bañarse con unas gotas de la cultura cafetera. ¿Su
gente? Bacán. Me quedo con el recuerdo de nuestro amigo Felipe, quien al vernos
preocupados por no conseguir un hostal donde alojar con Popi, nos mostró donde
dormir y nos ofreció trabajo. Ya las dudas de Colombia desaparecían, y ese
secreto a voces de que su gente es de las más amables del continente comenzaba
a florecer.
Con las pulgas ansiosas de moverse, el camino nos guio a
Tatacoa, un desierto en la misma región del Huila. Donde el calor nos afectó
más de lo esperado, pero las vistas nos sorprendieron más de lo que nos habían
comentado. Tatacoa es de mis lugares favoritos. Conózcanlo. Disfruten.
De Tatacoa hicimos dedo a Bogotá. Donde sus habitantes, los “Rolos”,
tenían fama de no ser tan amables. ¡Mentiras! Nos trataron perfecto. Alojamos
donde los Botero, amigos de mi familia que yo no conocía, y me hicieron sentir
como en casa. Una vez mi tarjeta del metro estaba sin saldo y un señor se paró
a pagar mi pasaje. Puede que Bogotá sea frío, pero su gente no lo es.
La Capital del país fue la parada previa al Eje Cafetero.
¡Uf! Salento y Quimbaya. La cuna del mejor café colombiano, por ende el mejor
café del mundo. Con montañas hermosas, ríos que llenan el alma y gente tan
amable, que a mi gusto se transformaron en el lugar donde mejor nos han
recibido. Conocimos a Brián y Mara, una pareja de Argentina que está con la misión
de pintar murales por Colombia para motivar la paz que entrega este país.
Extranjeros que transforman su viaje en la misión de ayudar un país ajeno. Eso
genera Colombia, y eso genera conocer la gente del Eje Cafetero. Ayudar, como
puedas, pero ayudar. Popi disfrutó del clima fresco y yo del mejor café que he
tomado en mi vida, y con esos recuerdos fuimos a la ciudad más linda de Colombia
(Por lo menos a mi gusto), Medellín.
El último destino de Carlitos Gardel. Nos alojó una amiga,
Ángela, por unos días; y después un seguidor de esta página nos invitó a su
casa. La familia Usuga nos trató excelente. Popi se sentía como en casa y hasta
a veces se acostaba en la cama de nuestros amigos. Sin vergüenza, ella es una
diva, o por lo menos así lo piensa. Probamos la “Bandeja Paisa”. Conocimos a
Mónica, una amiga de Cali, y ella nos llevó a pasear por Guatapé, otro hermoso
lugar que TIENEN que conocer.
A Moni no la vimos más, pero la amistad que
hicimos en dos días está en el podio de mis amigos cafeteros.
El viaje de la tierra paisa al caribe no fue fácil. Tuvimos
que hacer dedo por muchas horas, avanzando poco y con muchos nervios a que la
suerte no nos acompañara. Pero siempre hay alguien que se le ablanda el
corazón, y así conocimos a John, un camionero que nos llevó de Yarumal a la
entrada de Cartagena. 14 horas de viaje fueron suficientes para crear una nueva
amistad. Para que John se encariñara con Popi y para poder llegar a nuestro
destino más nórtico en esta travesía.
Llegamos a Barú, conocimos su Playa Blanca, y disfrutamos
del Caribe, ese que tanto ansiábamos conocer. Popi se bañó en aguas cristalinas
y nos volvimos a encontrar con grandes amigos del viaje. Paseamos por la Ciudad
Amurallada de Cartagena y, otra vez, el calor nos afectó. Conocimos a Lili, una
seguidora de nuestras aventuras y en un almuerzo creamos otra gran amistad.
Popi sacaba la lengua de una boca sonriente y su cola se movía casi tan rápido
como nuestras ganas de conocer y dar a conocer nuestro propósito. Vivimos el
Caribe, y de él nos despedimos. Y así llegamos a nuestro último destino:
Bucaramanga, en la región de Santander.
Llegamos sin conocer a nadie, pero a los minutos de bajarnos
del taxi nos encontramos con Carlos y su polola (Novia para los colombianos,
ecuatorianos, argentinos…etc…etc…que no saben que significa Polola). Nos vieron
preocupados y nos regalaron una conversación con una botella de bebida, nos
acompañaron hasta que encontramos donde alojar y quedamos de seguir en
contacto. No fueron ni 20 minutos y Bucaramanga nos estaba sorprendiendo. A los
pocos días conocimos a Alejandra, o Maleja como le decimos, paseamos y nos
invitó a unas cervezas. La conversación llevó a que nos invitara a alojar a su
casa por unos días, y esos días se transformaron en semanas, en las tres
semanas que estuvimos aquí. Una desconocida, nos dio alojamiento, y ese
alojamiento se transformó en una amistad.
Estando en Bucaramanga trabajamos en la campaña, y Viajando
con Pulgas se hizo más conocido. Nuestro mensaje de incentivar la adopción de
perros callejeros por todo América comenzó a sonar más fuerte en cada rincón, y
eso nos enorgullece. Esta pequeña fama que creció en Popi nos llevó a conocer a
Wilfret, fundador de “Viajando Em-Pelotas”, y nos invitó a conocer cascadas por
Piedecuesta, donde Popi se bañó y disfrutó de hermosas vistas. También
conocimos Montefiore, una cadena de cascadas muy lindas que se esconden a casi
tres horas a las espaldas de los cerros de Bucaramanga. Cascadas que se
conectan con piscinas naturales, y que se quedan en nuestra memoria.
También conocimos a personas como Gelly, quien nos ayudó en
la campaña y se transformó en una buena amiga. A Jen, una animalista de tomo y
lomo que nos invitó a pasar el cumpleaños de Popi en un campo, el cual incluyó
paseos, piscina y una torta para la pulgosa. Conocimos tantas personas, tanto
individuo que usa su vida para ayudar al “mejor amigo del hombre”, y eso me
motivó. Eso me hizo pensar que mi sueño, mi sueño y el de Popi, no está tan
lejano. Vamos a incentivar la adopción de los perros callejeros por todo el
continente, y felices sabemos que no lo haremos solos. Ya son varios los que se
han unido a nuestra campaña, a nuestra idea, y eso que aún nos faltan muchos
países.
A Colombia entramos con dudas, y ahora salimos seguros. Lo
vamos a lograr. Como dijo una seguidora por ahí, “Popi es la embajadora de todos
los perros abandonados en el continente”. Y con esa responsabilidad nuestro
viaje ya no es sólo un viaje, ahora es una misión.
Gracias, Colombia, por hacer de nuestra estadía un recuerdo
hermoso. Gracias, Bucaramanga, por todos los amigos que nos regalaste. Y
gracias a todos ustedes por ayudarnos a levantar cabeza cuando cuesta más de lo
normal. A entregar mensajes de apoyos que hacen que una cola se mueva de
felicidad.
Gracias, hermoso país. Nos vamos porque nuestra tarea aún no
termina y aún nos queda mucho continente. Hay muchas pulgas abandonadas por el
mundo, y daremos nuestro mejor golpe para ayudarlas lo más que podamos.
Popi es la embajadora, yo la alimento, la paseo y le recojo
la caca. Somos un buen equipo.
Gracias con Pulgas. Nos volveremos a ver.